¿La paradoja de los padres o de los investigadores?

Por Pedro Romero / José Romero – Investigadores de la UNR

Los autores analizan los resultados de una encuesta con la opinión de las familias sobre el sistema educativo.

“El hombre es Dios cuando sueña y mendigo cuando reflexiona”. Hölderlin.

Los resultados de una encuesta del Observatorio de Argentinos por la Educación desató una polémica en torno a la opinión de las familias argentinas sobre la educación de sus hijas e hijos. La pregunta central o al menos la más difundida del trabajo requería dos opiniones: la primera refiere a la opinión familiar en torno a la educación argentina. La segunda pedía el grado de satisfacción en torno a la educación de los propios hijos.

El trabajo arroja resultados “supuestamente” sorprendentes, que se pueden resumir de la siguiente manera para no enredarse en números: la mayoría de los padres cree que la educación argentina es deficitaria o altamente insatisfactoria. Sin embargo, la misma mayoría considera la educación de sus hijos como muy buena. Se trata de una aparente contradicción, pues el universo de encuestados coincide pero, al modificarse la pregunta, la opinión sufre un cambio radical.

La publicación de la encuesta mostró reacciones diversas: la experimentada investigadora de la Flacso, Guillermina Tiramonti, sostuvo que hace más de 20 años se viene manifestando un hiato entre la percepción de los padres sobre la educación que reciben sus hijos y la calidad de la educación nacional, sin que exista una explicación clara. El ex rector de la UBA Guillermo Jaim Etcheverry, remarcó que “los padres son víctimas de una ilusión educativa, y que necesitan creer que sus hijos se salvan —de la tragedia educativa— para llevarlos todos los días a la escuela y que ocurra el aprendizaje y la preparación para la vida futura”. El grupo investigador que realizó el estudio tiende a inclinarse por una lectura relativamente lineal de los resultados y realizar una valoración manifiestamente positiva de los padres. Se desprendería de los datos el apoyo claro e incondicional que la familia tiene con la educación. Cualquier inconveniente dirigirse a otros responsables. Por su parte, el mundo gremial apeló a una lectura de apoyos indirectos. Si una gran mayoría de familias está conforme con la educación de sus hijos se puede deducir que están también satisfechos con sus docentes. Nuevamente, cualquier inconveniente dirigirse a otro libro de quejas. Por lo tanto, el estudio es casi una invitación a la celebración. Las quejas serán para las políticas educativas, el tiempo o la eventualidad de turno: pandemia, falta de recursos tecnológicos, insuficiencia en la capacitación docente, infraestructuras deficientes, etcétera.

Los autores de esta nota intentan sumar su sorpresa ante el estudio y consecuentemente ante sus reacciones mediáticas. La presentación pone números a la llamada “paradoja de los padres”, un fenómeno relevado hace más de 25 años y que tiene su explicación más aceptada en el eje de la observación. En un caso, la mirada familiar es a través del propio hijo/a y en otro se trata de una observación política del sistema educativo en general. No es el objetivo de este escrito aclarar lo que resulta bastante obvio. La educación de los propios hijos supone una mediación —de mínima— afectiva en la observación. El sistema educativo implica una mediación política en la que influyen ideas, opiniones o medios de comunicación, a la hora de la respuesta. ¿Consecuencia? Los resultados no serán iguales aunque los campos se solapen. Valga un dato de color: en la primera medición nacional realizada por el Operativo Nacional de Evaluación de la Calidad, emergido de la Ley Federal, ya se relevaba este fenómeno.

El estudio difundido presenta un aporte muy pobre a la interpretación de las dificultades de la educación presente. Estamos propensos a pensar que su precariedad no persigue mucho más que un impacto mediático amigo de la fama pasajera. Como decía Rancière, son tiempos en los que los investigadores desean ser más importantes que sus investigaciones. Importa poco la pobreza de los contenidos si se puede visibilizar al presentador. Cualquier televidente atento puede apreciar la insolvencia cotidiana de entrevistados preocupados en legitimar sus conocimientos incipientes en la pantalla. No quisiéramos posicionarnos como portadores de una queja repetida y muchas veces elitista, pero hay cierto cansancio de repetidores cómodos domiciliados en sus familias conceptuales mirando la realidad por una ventana.

«La paradoja de los padres es un fenómeno relevado hace más de 25 años y tiene su explicación más aceptada en el eje de la observación»

Nuestro objetivo es dar cuenta de uno de los problemas que acompañan a las dificultades de la educación presente: el Estado actual de la producción de conocimiento en materia educativa. Podríamos tomar distintos indicadores, pero detengámonos en el más importante de ellos: la situación de la investigación educativa en el Conicet. Ello implica, no solo la posibilidad de producción científica evaluada en el más alto nivel, sino también las perspectivas de continuidad en grupos de estudios o distintas alternativas de dirección académica. Al cerrar el año 2021 solo había 160 investigadores en el campo de producción de conocimiento de la educación. Ellos representaban solo el 1,5 por ciento del total del Conicet. Para tener un parámetro comparativo; representan la misma cantidad que hace 30 años y la mayoría está concentrado en el Área Metropolitana de Buenos Aires.

¿Hay una escasa valoración de la educación como objeto de estudio?, ¿Faltan políticas científicas que alienten el desarrollo de la investigación en la educación?, ¿La baja legitimidad social del objeto de estudio trae como consecuencia la caída del interés en quienes podrían dedicarse a conocerlo? Estas y otras preguntas podrían formularse y necesitan respuesta. La situación es grave. Ya no sirve oponer investigadores y docentes. Una tontería que invita al más profundo desprestigio el trabajo de educar confundiéndolo con cuidadores de niños de paga escasa. Hay que multiplicar los espacios de producción de conocimiento. Si no lo hacemos, las corporaciones amigas de los narcisismos gastados de tanta repetición nos invadirán con su olor a naftalina. La realidad y la necesidad ameritan que cambien las miradas y como decía Gracián, “son las paradojas monstruos de la verdad (…) En ocasiones grandes ha de ser el pensar grande”.

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